¡Gracias familia!
Fue una tarde de diciembre. Se encontraron Rosa y Norma, Supervisora y Técnica en gerontología, en un café.
ROSA: ¡Hola! ¡Qué contenta estoy de presentarte en este domicilio! Es un matrimonio divino, son amorosos. Te van a encantar.
Norma tomó su café; sólo sonreía, estaba nerviosa. Nunca preguntaba detalles de la patología del paciente. Se limitaba a escuchar lo que le decían. Siempre pensó que si la llevaban a ese hogar, por algo era.
Rosa, la supervisora, un tanto extrovertida y dinámica, se apresuró a sacar varias planillas para completar y adelantar trabajo antes de entrar al domicilio.
Norma, de un perfil más bajo, colaboró con ella. Cruzaron la avenida y ya estaban en el edificio.
Toda esta situación, a cuatro cuadras de la casa de Norma, lo cual para ella, era muy cómodo.
Bajó a abrirles Pedro, el hijo del matrimonio, muy sonriente y todo el tiempo haciendo bromas y chistes.
Al entrar al departamento, las recibió la señora Dora, también sonriente y muy amable. Las invitó a pasar a la sala.
En un sillón se encontraba el “Señor” de la casa, don Roberto. Las miró y les tendió la mano.
Se sentaron en el comedor.
La situación era muy cordial y amena, entre sonrisas, planillas, horarios y días que volaban por el aire.
Muy distendidos, Pedro muy rápidamente se ocupó de servirles un café.
Supongo que la señora Dora miraba a Norma, pues ella era la que irrumpiría en su casa diariamente pero los ojos de extra sólo se dirigían a don Roberto, que se encontraba a unos metros de ellos. Vestía con un sweter azul y una manta escocesa sobre sus piernas. Cabellos y bigotes entrecanos, acompañaban a una mirada dulce, como no veía hacía mucho tiempo.
Norma, ya cumplió cuatro años en esto. Trabaja, pero nunca tuvo que estar colaborando con un hombre.
Cuando quedaron todos de acuerdo, se despidieron de la familia y cada una emprendió el camino de regreso a su casa.
Norma se fue cuestionando y hablando sola, cómo, sin molestar en lo que es la privacidad de una familia iba a colaborar.
Su papá ya no estaba. Su muerte fue repentina y siempre le quedó la angustia y un dejo de tristeza por no haberlo podido cuidar.
Pasaron los días y llegó el gran momento. Le dolía el estómago como nunca antes le ocurrido en esa misma situación.
La recibieron muy bien, como si la conocieran de toda la vida, lo cual la tranquilizó un poco.
Se encontraba la hija del matrimonio, que hasta el momento se había ocupado de atender a su padre. Flor era realmente una flor, como las enredaderas flexibles que se estiran y van hasta lo alto de las plantas. Delgada y con un corte de pelo que sólo a ella puede quedarle tan bien. Sus rasgos finos y delicados como su tono de voz.
La señora Dora comentó que había venido para que Norma viera cómo lo venía ayudando a levantarse hasta el momento a Beto.
Le pareció bárbaro, cuántos menos cambios se produjeran, mejor para el paciente. De a poco se podría ir haciendo alguna modificación, si fuese necesario.
Pasaron los días u Norma se escuchó llamándolo Robert.
Don Roberto era muy ceremonioso y distante y Beto era para la familia,.
Robert le encantó y pasó con él algo que no esperaba. De pronto, la Técnica perdió la distancia óptima de la cual tanto se le habló cuando estudiaba.
Robert estaba en su mente durante bastante tiempo. Pensó y sigue creyendo que Dios se lo piso en el camino para compensasarla de no haber podido cuidar a su padre.
El mundo está lleno de papeles que representamos. Robert, sin saberlo, hizo de papá de ella. Sus ojitos, al mirarla llegar por la mañana, sonreían: ese pequeño mundo donde se encuentran dos seres que nunca antes se vieron, es mágico, lleno de luz. Así fue esa relación.
Pasaron los meses y todo el miedo y nerviosismo de los primeros días, se desvanecieron.
Esperaba ansiosa el día y horario de ver a Robert, ella le hablaba mucho. Él sólo decía sí o no, o se encogía de hombros.
Pero nunca jamás va a olvidar el “gracias” de todas las noches al ayudarlo a acostarse.
Nada le faltó a Robert, ni material ni afectivo. Tanto sus hijos como Dorita lo mimaron y acompañaron hasta sus últimos momentos.
En el recuerdo de Norma, siempre van a estar esos ojitos pícaros y sonrientes del querido Robert.
En los días brillantes y de mucho sol, los debe mirar e iluminar en cada uno de sus pasos.
Norma vive agradecida a esa familia por haberle permitido conocer a ese ser tan especial, e indirectamente y de alguna forma, compensar “lo que no pudo hacer por su padre”.
Silvia Bressi, prosista de la Capital Federal donde trabajo en tareas de asistencia social desde hace muchos años, es montegrandina y realizó sus estudios secundarios en el Instituto Grilli. Casada, madre de dos hijos, los textos de su prosa le son inspirados por sus propias tareas laborales y a veces su entorno porteño. La Antología Poética Internacional ha dado a conocer algunas de sus obras. (Primo)
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